¿Qué tienen en común las religiones?
El estudio de las religiones pone de manifiesto, al menos en primer término, que todas ellas tienen características compartidas, como son la literatura sagrada, las creencias fundamentales, los ritos y oraciones, los principios éticos y costumbres, la estructura y organización, etc. Sin embargo, lo más esencial que tienen en común no es tanto su expresión social o cultural, ni su narrativa doctrinal, sino la experiencia antropológica. Esta realidad personal de la creencia religiosa es lo que se ha denominado clásicamente como homo religiosus. Otras referencias son lo absoluto, lo inmaterial, la metafísica o la dimensión trascendente.
Hoy queremos subrayar como denominador común de todas las religiones la espiritualidad. Lógicamente, este concepto de lo espiritual no puede quedar encerrado en una tradición religiosa concreta; tampoco en un carisma o en una corriente de pensamiento teológico. Es necesario, por tanto, diferenciar entre religión y espiritualidad, lo que no significa enfrentarlas o contraponerlas. Hasta la Organización Mundial de la Salud reconoce que la espiritualidad despierta preguntas y respuestas decisivas para el sentido y propósito de la vida.
Sin pretensión de definir aquí lo que es la espiritualidad, conformémonos con constatar, una vez más, que somos más que nuestra biología y pensamientos. Somos emoción y sentimiento, somos sentido y libertad, somos responsabilidad y conciencia, somos alteridad y ecología. Sin confundir con seudociencias o esoterismos, las personas tenemos lo que Unamuno llamaba el “suplemento del alma”. Si negar que su interpretación patológica puede llevarnos al dogmatismo, fanatismo o sectarismo, el desarrollo espiritual puede inspirar el bienestar personal y la salud emocional.
Lo ha descrito Javier Urra: “Los seres humanos somos una realidad bio-psico-socio-cultural-espiritual. Poseemos, más allá de cerebro, la mente, la conciencia, una extraordinaria capacidad para interpretar el mundo y la vida y darle respuesta”. En su obra El ser humano, un ser espiritual argumenta la necesidad de terapia de sentido con los adultos y de educar la dimensión espiritual en los niños y jóvenes. En síntesis, podemos concluir, la espiritualidad se refiere a necesidades humanas propias y universales.
La espiritualidad promueve la esencia de lo personal, abre la pregunta por el sentido, nutre una aspiración a la plenitud, inspira la creatividad, alumbra el sentimiento ético, es fuente de belleza y armonía, fortalece la esperanza y resiliencia, motiva el cuidado de uno mismo, de los otros y de la naturaleza, cultiva los valores y las virtudes. La espiritualidad está en la cumbre de las necesidades humanas, como confirmó hace tiempo Abraham Maslow. Para este autor, esa autorrealización o plenitud personal es un estado espiritual en el que la persona es feliz, asertiva y, empáticamente, desarrolla su vida con creatividad y alcanza un estado de sabiduría vital. Esta constatación del ser humano como ser espiritual resulta una evidencia en todas las épocas y en las diferentes culturas, aunque se haya expresado en muy diversos lenguajes y estructuras. Los estudios antropológicos y arqueológicos confirman la condición espiritual del ser humano. Es verdad que, con la Ilustración y la modernidad, lo religioso ha devenido en irrelevante hasta el punto de pronosticar en varias ocasiones su final. Con posterioridad, este análisis sociológico de la secularización se ha transformado en secularismo, llegando a funcionar más como teoría de la historia que como descripción social. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo xx y comienzos del xxi, ha sido necesario revisar estas teorías sobre el final de lo religioso porque estamos comprobando que las religiones no están en retroceso; desde una mirada mundial, más bien asistimos a su creciente fortalecimiento porque están adaptándose a los nuevos tiempos (así lo confirman autores como Habermas, Berger, Casanova, Deck o Taylor). Incluso emerge una nueva versión de la ciencia que supera aquel positivismo y empirismo tan materialistas y que se abre a dimensiones que parecían descartadas hace algunas décadas. Es como si ahora le dieran la razón a Einstein cuando dijo “que la ciencia sin religión está coja y la religión sin ciencia está ciega”.
Carlos Esteban Garcés
Director del ORE